En mi opinión, lo
mejor que he leído de este enojoso asunto llamado "el procés", lo
escribió hace ya unos meses Eduardo Mendoza. Recomiendo vivamente su lectura,
como se decía antes. Creo que Mendoza es demasiado inteligente y demasiado
humano como para ser escuchado como se merece. Creo que es demasiado divertido
como para que le den el Nobel de literatura. Como hace tiempo que no escribo,
seré todo lo pedante que pueda y, de esta guisa, afirmaré sin empacho que después
de Mendoza ya no se puede escribir sobre el proceso, porque simplemente todo
queda dicho.
Y sin embargo ¡ay!
miles catalanes revolotean por el cerebro. No ellos, sus ecos. Sus discursos,
sus soflamas, sus dramas posmodernos con llantos pero sin muertos ni héroes,
sus problemas, su arte sacro. Sé que todo se parece a un capítulo del
Equipo A en los que todos los tiroteos entre buenos y malos se saldaban con un coscorrón.
Al final de la película del procés aparecerá un cartel que informe a la audiencia
que "any nacionalist were harmed". Me explicaré mejor. Lo que no
soporto es que pese a ello, no pueda sacarme la matraca nacionalista de la
cabeza, como dijo el compañero de celda de uno de los "Jordis" (la
otra persona que ha hecho más para la comprensión del procés. Matraca es la
palabra exacta y lo que necesita urgentemente mi cabeza es un exorcismo.
Por cierto tengo
un gurú/chamán próximo. Se llama Arístides Cebolla Palomo. Dice haber nacido en
Ecuador, aunque localizo su acento en la Vega Baja del Segura. Quita dolores de
cabeza, elabora filtros de amor, realiza predicciones sobre la vida amorosa,
laboral y también sobre la salud con una precisión demoníaca. Elabora
ungüentos contra el reúma y los sabañones. Recibe a la gente cuando le
place, gentes que recorren kilómetros. En la zona, solo el Ikea puede competir
con él en este aspecto. Voy a su gabinete. Estoy de suerte. Llueve y solo una
señora está esperando. Me recibe. Le cuento que no puedo escribir. Le cuento
que cuando escribo sólo lo hago sobre catalanes. Le pregunto si sabe toda esa
matraca del "procés". Me hace un gesto que igual puede significar, sí
que no. Se pone a rezar. El aliento le huele a ajoaceite y cantueso. Me da una
estampita. Una virgen ¿Loreto, Lirios, Carmen? Me despide no sin antes
anticiparme el coste de sus honorarios. ¿No era la voluntad?
Conduzco camino de
casa escuchando música. Necesito algo animado e inspirador. El Réquiem de
Mozart me parece apropiado. Al llegar a casa intento ponerme a escribir. ¿Qué
es lo primero que te viene a la cabeza? Cataluña. ¿Algún catalán en concreto? ¿Rufián,
Colau, Rovira? Rufián me hacía gracia, ahora me cansa y solo espero ver como en
la tercera parte se enfrenta con Terminator o un velociraptor. ¿García Albiol?
Aún no deliro. No ¿Quién? Joan Manuel Gisbert.
En realidad no sé
si es catalán, suena como si lo fuera. Busco un libro, debe de estar aún por
ahí. Lo encentro. "El Misterio de la Isla de Tökland". "En una
isla perdida en el mar se esconde el más fabuloso secreto de todos los tiempos.
Tökland se ha convertido en una sorprendente laberinto creado por la fantasía
de un loco fabulador. A ella acuden aventureros, científicos y soñadores en
busca de tesoros y de algo desconocido, maravilloso y terrible a la vez. Un
viaje que muchos comienzan y que solo terminarán los exploradores del
Dédalus."
Allí ha estado
todo el tiempo. Joan Manuel Gisbert. Soy de la opinión de que algunas cosas
suceden un número muy limitado de veces y como decía el protagonista del El
cielo protector, te cambian. Una lectura con once años, por ejemplo. Mendoza se
merece el nobel y Gisbert millones de lectores y muchas adaptaciones odiosas de
Disney. Y sí, nacido en Barcelona. Catalán tenía que ser.
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