11 diciembre 2017

Algo sobre catalanes






En mi opinión, lo mejor que he leído de este enojoso asunto llamado "el procés", lo escribió hace ya unos meses Eduardo Mendoza. Recomiendo vivamente su lectura, como se decía antes. Creo que Mendoza es demasiado inteligente y demasiado humano como para ser escuchado como se merece. Creo que es demasiado divertido como para que le den el Nobel de literatura. Como hace tiempo que no escribo, seré todo lo pedante que pueda y, de esta guisa, afirmaré sin empacho que después de Mendoza ya no se puede escribir sobre el proceso, porque simplemente todo queda dicho.

Y sin embargo ¡ay! miles catalanes revolotean por el cerebro. No ellos, sus ecos. Sus discursos, sus soflamas, sus dramas posmodernos con llantos pero sin muertos ni héroes, sus problemas, su arte sacro. Sé que todo se parece a un capítulo del  Equipo A en los que todos los tiroteos entre buenos y malos se saldaban con un coscorrón. Al final de la película del procés aparecerá un cartel que informe a la audiencia que "any nacionalist were harmed". Me explicaré mejor. Lo que no soporto es que pese a ello, no pueda sacarme la matraca nacionalista de la cabeza, como dijo el compañero de celda de uno de los "Jordis" (la otra persona que ha hecho más para la comprensión del procés. Matraca es la palabra exacta y lo que necesita urgentemente mi cabeza es un exorcismo.

Por cierto tengo un gurú/chamán próximo. Se llama Arístides Cebolla Palomo. Dice haber nacido en Ecuador, aunque localizo su acento en la Vega Baja del Segura. Quita dolores de cabeza, elabora filtros de amor, realiza predicciones sobre la vida amorosa, laboral y también sobre la salud con una precisión demoníaca. Elabora ungüentos  contra el reúma y los sabañones. Recibe a la gente cuando le place, gentes que recorren kilómetros. En la zona, solo el Ikea puede competir con él en este aspecto. Voy a su gabinete. Estoy de suerte. Llueve y solo una señora está esperando. Me recibe. Le cuento que no puedo escribir. Le cuento que cuando escribo sólo lo hago sobre catalanes. Le pregunto si sabe toda esa matraca del "procés". Me hace un gesto que igual puede significar, sí que no. Se pone a rezar. El aliento le huele a ajoaceite y cantueso. Me da una estampita. Una virgen ¿Loreto, Lirios, Carmen? Me despide no sin antes anticiparme el coste de sus honorarios. ¿No era la voluntad?

Conduzco camino de casa escuchando música. Necesito algo animado e inspirador. El Réquiem de Mozart me parece apropiado. Al llegar a casa intento ponerme a escribir. ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza? Cataluña. ¿Algún catalán en concreto? ¿Rufián, Colau, Rovira? Rufián me hacía gracia, ahora me cansa y solo espero ver como en la tercera parte se enfrenta con Terminator o un velociraptor. ¿García Albiol? Aún no deliro. No ¿Quién? Joan Manuel Gisbert.

En realidad no sé si es catalán, suena como si lo fuera. Busco un libro, debe de estar aún por ahí. Lo encentro. "El Misterio de la Isla de Tökland". "En una isla perdida en el mar se esconde el más fabuloso secreto de todos los tiempos. Tökland se ha convertido en una sorprendente laberinto creado por la fantasía de un loco fabulador. A ella acuden aventureros, científicos y soñadores en busca de tesoros y de algo desconocido, maravilloso y terrible a la vez. Un viaje que muchos comienzan y que solo terminarán los exploradores del Dédalus."

Allí ha estado todo el tiempo. Joan Manuel Gisbert. Soy de la opinión de que algunas cosas suceden un número muy limitado de veces y como decía el protagonista del El cielo protector, te cambian. Una lectura con once años, por ejemplo. Mendoza se merece el nobel y Gisbert millones de lectores y muchas adaptaciones odiosas de Disney. Y sí, nacido en Barcelona. Catalán tenía que ser.

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