29 noviembre 2017

¿Qué somos?

La pasada semana el ex primer ministro francés (y barcelonés) Manuel Valls pedía a los españoles que reflexionaran lo que signficaba ser español. Quizá no sea un planazo para el fin de semana, pero uno puede divagar sobre las identidades nacionales mientras se pasea en el autobús y el tranvía y contempla el paisaje de los balcones florecidos en otoño con multitud de banderas de España. Banderas de España un poco alteradas, puesto que por los tres euros que cuesta el artículo en un bazar chino, no se puede exigir que el gualda sea gualda en vez de un amarillo fluerescente que al cabo de tres meses a la interperie será amarillo limón. 

Los franceses han pensado mucho en el significado de ser francés. Entre muchos sabios hizo fortuna la idea de que España era una Francia mal conseguida. Algo así como mi lavavajillas. Pones la pastilla de alta generación que limpia y abrillanta, pero siempre quedan restos y el Mistol acaba triunfando. La centralización de España quedó incompleta, difusa y confusa. Llegó el siglo XXI y todavía se habla de conciertos económicos, derechos históricos por no hablar de las lenguas propias de  cada comunidad. Hubiera sido más cómodo ser Portugal, uniligüe y sentimental. Pero cada uno es como es. 

En el pronaos del templo de Apolo en Delfos quedó escrito el mandato de que debemos conocernos a nosotros mismos. Hay gente que empeña media vida en esa tarea aunque según un amigo mío, quizá no debieran empeñar tanto empeño, no sea que no les guste al tipo que por fin se presenta sin máscara en el espejo. En mi caso, un desastre para esto, como para otras tantas cosas, el trabajo de conocerme a mi mismo lo voy haciendo por descarte. No soy esto, no soy esto, no soy esto y desde luego me gustaría ser esto otro pero no lo soy. Por ejemplo, he asumido que no jugaré nunca en Wimblendon, que no ganaré el premio Nadal, que no cantaré en Eurovisión, que no crazaré el atlántico en solitario (ni en compañía) que no subiré al Everest, que no robaré a mano armada ni al descuido en el Primark. 

En el caso de las identidades nacionales las cosas son más sencillas y de ahí quizá su atractivo. En lugar de pensar que no eres puedes directamente al catálogo de los rasgos identitarios. Por otro lado, como si se tratara de un contrato de préstamo hipotecario, no tienes ni siquiera que leer el contrato con tal que estés en disposición de pagar las cuotas. De la misma manera que para Nike querer es poder para el nacionalismo sentir es ser, sin mayores requisitos. Uno de los problemas del sentimiento nacional español es que el catálogo fue desarrollado por el franquismo fundamentalmente y en gran parte gracias al cine, como lo explica el profesor Juan Antonio Gómez. 

En eso pensaba esos días cuando iba camino del trabajo en el tranvía. Cada vez hay menos banderas compradas en los chinos en los balcones. Imagino a la gente retirándolas a altas horas de la noche, con una pizca de sentiemiento de culpa. Los sucesos que llevaron a sus propietarios a colgarlas parecen cada vez más lejanas, aunque apenas han pasado unas pocas semanas. El tiempo que nos ha tocado vivir es así, fluido. No se mide en meses ni semanas sino en centímetros cúbicos que depende que la velocidad que tomen pueden estar atascados sine die o veloces como una ola de Lekeitio. 

Cuando vea a un francés le pienso preguntar qué cree él (o ella) qué  es para ella lo español. Si es culto me hablará de la guerra civil y de flamenco y si no, de la sangría. Yo le hablaré de las tortillas francesas, de los crepes y de la guillotina y tras ello, dudo que volvamos a encontrarnos. 

 

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