26 noviembre 2013

Casa Els Molins de Xàbia

  ¿Se debe volver al lugar donde uno fue feliz? Los que tienen mentalidad poética o fatalista dirán que no. Pero si el sitio en cuestión fuera irresistible irían igualmente y luego escribirían un poema para justificarse. O lo harían de tapadillo (nunca hay que fiarse de los que no hacen facturas pero sí son capaces de hacer rimas consonantes). Yo me declaro señor y gordo. Puede que vaya lento, pero al final llego donde quiero. También puedo llegar a un lugar donde fui feliz, porque no soy poeta ni constructor; quedarme, dormir, disfrutar de un buen desayuno y escuchar el mar.

  El lugar en cuestión es una casa. Solo para mantener el misterio no la nombraré, pero puedo asegurar que no es La Moncloa ni la de Norman Bates. El lugar donde se encuentra es el Parque Natural del Montgó en Xàbia, aún provincia de Alicante, aunque supongo que a los nativos les gusta más que les identifiquen como la comarca de la Marina Alta

  En la época que yo les hablo era todavía lo que llaman un chalet y yo no sabía lo que era la Ley de Enjuiciamiento Criminal, pero fingía que sí. La primera noche que dormí en ella no fue dentro sino a su sombra, bajo una arboleda, acompañado de las lagartijas, con el sabor a mar en el gaznate y como centinela el faro del cabo de San Antonio. Por circunstancias que no vienen al caso, (pero que están dentro del marco de la estricta legalidad, como diría cualquier politicastro), pude al final dormir entre sus muros. Pero las lagartijas, el mar, el faro, el romero y el tomillo ya se habían alojado en algún lugar entre el intestino grueso y el cerebelo... y allí han quedado.

  No sé. Quizá para presumir, la gente menciona que los paraísos visitados están en el crater del Ngorongoro, en la Polinesia francesa —o si lo prefieren en la inglesa—, en las cumbres del Himalaya, en las grietas de Islandia, en el Perito Moreno o en algún garito del Soho londinense. No seré yo el que les lleve la contraria. Pero sin ánimo de ofender diré que el Parque Natural del Montgó no tiene por qué sentirse acomplejado. No me extraña que Manuel Vicent se pasee por allí y luego deje entre sus líneas todo el sabor del Mediterráneo. Todo junto y además revuelto: el viaje de Ulises, el olor a paella, el gusto a All i Oli, el mar en calma y la dulce piel de las primeras turistas en topless. Un mediterráneo de pinos, acantilados, cuevas y tomillos, dominado pero no domesticado.

  Allí está la casa de la que hablo. La vivienda ha sufrido varios avatares, y ahora me he enterado que los nuevos propietarios la han convertido en una casa rural. La han llamado Els Molins. Bendita elección. La han remodelado para la ocasión con un gusto excepcional, acogedor, y han tenido la decencia de que sea reconocible para aquel que la visitó hace más de veinte años. Quizá solo eche en falta las tomateras, o quizá sigan allí y yo no me he dado cuenta.

  Entre sus muros todavía se pueden escuchar rumores de conversaciones de huertos e historias marinas de pescadores y atunes en las aguas del cabo de San Antonio. Si miran hacia el interior de la sierra verán a Azorín y si miran al mar a Manuel Vicent o quizá a los moriscos intentando tomar por enésima vez la tierra de los infieles. Ojalá un día lo consigan. Tranquilos, el faro todavía guardará nuestro sueño, y de momento los precios del cobijo en la casa parecen asequibles. Volverán a sus hogares con el mediterráneo metido un sus pulmones. Y regresarán felices, si es que regresar es su deseo.



El humor está aquí, en alguna parte
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1 comentario:

  1. Grande e inconmesurable este texto. Cuánta verdad y emoción en tan pocas palabras!

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