15 febrero 2017

La violencia

  Las estadísticas de criminalidad indican que España es todavía un país seguro. Como las armas de fuego están controladas, en nuestro país nos vemos libres de los crímenes masivos que periodicamente se producen en Estados Unidos o Finlandia. En España aún es posible sacar dinero de un cajero automático sin tener que saber rezar el rosario y en general uno tiene sensación de seguridad cuando camina por la calle. Y sin embargo, mi sensación y creo que la de muchos, es que el clima de violencia va en aumento.

  No es la violencia de pandilleros armados hasta los dientes o de grupos organizados para desvalijar casas (que también los hay), es a violencia cotidiana, el maltrato de obra, la tendencia enfermiza a la exasperación ante el más mínimo incoveniente, la falta de modales, la gestión brabucona de los conflictos, para chulo yo... la idea de que mis derechos están por encima de todo y de todos. La exigencia sin tregua a funcionarios, policías, abogados, fontaneros, electricistas, jueces, médicos, maestros, trabajadores sociales, entrenadores deportivos a los que se les reclama que actúen bajo nuestros dictados. Por si fuéramos pocos parió youtubers linchadores. Tipos cuya gracia consiste en insultar o en humillar a mendigos o trabajadores. No hay que menospreciarlos. Seguro que carecen de educación, modales, compasión pero seguramente no de olfato para identificar qué es lo que el público demanda. Si hacer un desaguisado desalmado es viral y si lo de viral da dinero, ¿por qué no ser un desalmado? Si tuviera Bankia, pensarán, la sacaría a bolsa, pero como lo que tengo es un ordenador y un móvil...

  Dicen los educadores que la violencia se aprende, como también se aprende la paz. En España al menos hace ya algunos años que muchos nos están dando cursos acelerados de violencia. Por supuesto no se trata a menudo de una violencia física, sino verbal. Cualquier debate público (y los debates públicos y publicados están diseñados para el mamporrazo y no para el diálogo) se convierten en una refriega callejera. Dirán que eso ha pasado siempre, pero yo creo que hay síntomas. Son pequeños sarpullidos que suceden aquí y allá. De esos que no te das cuenta, o no quieres. ¡Ya pasarán!

  La fiscal jefe de Barcelona ha relatado los insultos que sufrió de parte un nutrido grupo de personas esta semana. Pocos días antes, la elección para el reprasentante español de Eurovisión (solo el Buenafuente y el Chiquilicuatre entendieron que se trataba de un asunto de importancia vital) acabó con abucheos y cortes de mangas debidamente grabados y difundidos. Mientras el país se estaba reponiendo del debate del penúltimo asunto de vida o muerte: ¿Donde debe jugarse la final de Copa del Rey? Por supuesto los seguidores madridistas no querían que su estadio y el himno de España fueran mancillados por su reverso tenebroso el Fútbol Club Barcelona. Por su parte el Fútbol Club Barcelona no quería otro sitio para jugar que el de su lado oscuro, el Real Madrid.

  Cualquier debate en las redes sociales (incluso en los whatsapp) se convierten fácilmente en un intercambio de palabras malsonantes, de menosprecios (a los que a veces se le añade cínicamente la coletila de "dicho sea con todos los respetos"). Convengamos que es mucho más sencillo decir cualquiera de las expresiones malsonantes que hay en el mercado que citar a Hannah Arendt. Ser correcto no es viral. Ponerse en el pellejo del otro requiere un esfuerzo moral. Requiere coraje. Sí, decididamente más fácil insultar, más elemental recurrir a la violencia. Pero también es menos práctico y más vil. 



El humor está aquí, en alguna parte
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2 comentarios:

  1. Eso de "ponerse en los zapatos de los demás" es puro inglés traducido literalmente, ¿qué tiene en contra de "ponerse en la piel o el pellejo de los demás"?

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    1. Te doy toda la razón. Voy a corregirlo. Gracias por leer el blog y por las críticas. Además la frase castellana es mucho más contundente.

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