26 enero 2017

Abogados: El viaje desde Atocha al Ártico

  Hace no más de dos lunas el periódico El Mundo publicó un artículo (aunque con la advertencia de que era un relato de ficción) titulado "El peor oficio del mundo". Comenzaba de la siguiente manera: 

"De todos los oficios, el que más me repugna es el de los abogados. Se me hace cuesta arriba entender cómo es posible que todos los abogados no estén presos. Si este mundo fuera realmente justo, debería haber jaulas a la salida de la Universidad de Derecho. Cada vez que salga un jovencito recibido de abogado, con su toga ridícula y su diploma enrollado, habría que cerrar con llave la jaula y mandarlo al zoológico. Que me perdonen las focas".

  Si a usted le gusta paladear este tipo de literatura le recomiendo que lo lea entero, puesto que continúa y finaliza más o menos del mismo modo. La fobia a los abogados no es, sin embargo, nada extraño ni nuevo. La tienen la mayoría de los funcionarios de justicia españoles, muchos de los jueces y fiscales, gran parte de los forenses, no pocos policías y algún cuñado. También hay otros más ilustres, como el economista Jospeh Stiglitz, quien cree firmemente que la proliferación de los letrados no solo es mala para la economía sino también para el país. 

  Por supuesto, no han faltado voces que han salido a defender el sacrosanto buen nombre de la profesión. Hasta el ministro de Justicia y el Consejo General de la Abogacía han salido como paladines en defensa de la vieja dama ultrajada. Iba a poner aquí un resumen de sus sabias palabras, pero me da pereza. Si les interesa aquí les dejo el enlace

  Como miembro del gremio de abogados supongo que yo también debería estar clamando justicia, pidiendo que se repare el honor de la profesión mancillada. Sin embargo debo decir que yo también pienso en muchas ocasiones que es el peor oficio del mundo. Desde luego mis razones son otras. No creo que deba ser encerrado en una jaula con las focas, porque (entre nosotros) tampoco me gusta ver a las focas en jaulas, sino en libertad correteando por el Ártico.

  Siento que es el peor oficio del mundo cuando recibo el trato (maltrato) de funcionarios un día sí y otro también. Pienso que es el peor oficio del mundo cuando la Consellería de Justicia de la Comunidad Valenciana me paga 350 euros por el trabajo de un trimestre en el Turno de Oficio. Pienso que es el peor oficio del mundo cuando no se valora por los clientes el trabajo, que consiste "en escribir un papel". Pienso que es el peor oficio cuando nuestros escritos se pierden por no se sabe qué agujero negro que hay en los juzgados y en las administraciones. Entonces quisiera ser foca y vivir en el Ártico feliz hasta que viniera un canadiense o un japonés.

  No quiero ponerme a llorar. Estoy convencido que el declive de las profesiones, su somentimiento, su humillación, no solo responde a la lógica económica de rapiña, donde unos acumulan y otros nos empobrecemos, sino a la voluntad de poner de rodillas a los sectores que son más capaces de enfrentarse al poder. Lo que he dicho de los abogados, con matices, se podría decir de profesores, médicos, informáticos, investigadores, artistas, periodistas, cineastas, escritores, arquitectos y otras profesiones proletarizadas y (siento utilizar este palabro) "desempoderadas". Profesiones a las que se quiere quitar toda autoestima por la vía de quitarles prestigio e ingresos. Y lo han conseguido. Somos una profesión domesticada (como las focas del zoo). 

  Seguramente el articulista o cuentista (te cambio el curro, amigo) de El Mundo no conoce o no cayó en la cuenta de que su cuento, artículo, narración o exabrupto casi coincidía con el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha. El 24 de enero de 1977 un comando ultraderechista entró en un despacho laboralista de CCOO y asesinó de manera cobarde a cinco personas y dejó heridas a otras cuatro. Uno de los asesinos se llamaba Lerdo de Tejada (ni Eduardo Mendoza podría haberlo superado). Los abogados por aquel entonces simbolizaban la lucha por los derechos civiles y por eso no fue de extrañar que fueran blanco de los que veían cómo se hundía el régimen autoritario y sus privilegios.

  Ahora son otros tiempos, pero no hace falta ser un visionario para darse cuenta de que la libertad también está amenazada. Ahora los ultraderechistas no asesinan. Abren bares pintorescos en localidades rurales, sirven tapas rancias de pescado congelado y se les tributan homenajes. Los abogados ya no son símbolos de nada. Si acaso sospechosos de altanería o de no poder pagar la factura de la luz. Sin embargo los abogados capaces son necesarios; y seguirán siéndolo. No serán otros con más puñetas los que darán la cara por los derechos civiles que ya están siendo perseguidos. Será un abogado o una abogada. Será eso, o acabaremos todos en el Ártico. Con las focas, pero sin los bocazas. 



El humor está aquí, en alguna parte
Síguenos en Facebook y Twitter

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por tu comentario!