05 febrero 2014

Érase una vez en una diligencia

  La mayoría de ustedes habrá disfrutado más de una vez de La diligencia (Stagecoach, 1939). Dirigida por John Ford, es  aclamada como una de las obras maestras del western y un buen alivio de cineastas incipientes (mal de maestros, consuelo de inexpertos) por el famoso error del cambio de eje durante la escena de la persecución. Es cierto que en ocasiones se abusa del término obra maestra en nuestra época de exageración enfermiza. Me disculpo por llamarla así. Mi intención no es la de faltar porque entiendo bien a los que cuando se les menciona el término comienzan a oler a cloroformo.

  La diligencia reúne en un espacio mínimo a la sociedad del viejo oeste. La hez y la flor y nata juntos en dos metros cuadrados. Pero puede seguir leyendo. Puedo tranquilizar a los que aún no la han visto. No les chafaré la peli (espoil para los modernos) y omitiré detalles esenciales, como el desenlace del encuentro ecuestre entre la diligencia ocupada por blancos y los miembros de la minoría étnica hostil, en el que se despachan diferentes puntos de vista sobre la ordenación del territorio.

Empecemos por los personajes femeninos. Tenemos a la adorable dama embarazada, Lucy Mallory (Louise Platt), que sortea todos los peligros del viaje para ir al encuentro de su apuesto y valiente marido que se halla en lucha con la susodicha minoría étnica.

 —He venido para estar con mi esposo. Quiero reunirme con él cuanto antes—.

   En claro contraste con la mujer virtuosa está Dallas (Claire Trebor), la meretriz expulsada de la cuidad por la sociedad de señoras bienpensantes pertenecientes, como no, a la Liga de la Ley y el Orden. Pero la meretriz quiere ser una dama. No ha sido otra cosa que los avatares de la vida lo que le han llevado a esta penosa situación. Avergonzada también por sí misma, solo un héroe podrá redimirla de sus pecados. Si una mujer no es una dama, está en el lumpen.

  El héroe, Ringo Kid, está por supuesto interpretado por Jonh Wayne. Es un forajido que acaba de salir de la cárcel a la que el estado le ha llevado injustamente. El imperativo moral de hacer justicia (vengar a la familia) está por encima de las obligaciones legales. Encarna al buen americano independiente del Estado, justo y ambicioso. Un hombre que no puede eludir su cita con el destino, pero también un caballero.

Uno no puede salir de la prisión y entrar en sociedad en ka misma semana— disimula, cuando los demás viajeros de la diligencia marginan a Dallas.

  El reverso bastardo y tenebroso del discurso liberal lo encarna otro personaje. ¿Adivinan quién? El banquero ladrón Gatewood. Mientras en su maletín está el dinero robado del banco, clama en contra de la intromisión del gobierno y declara que lo que es bueno para los bancos es bueno para el país (¿les suena?).

  Hatfield (John Carradine), se suma en el último momento a la expedición. Es un ultraderechista recalcitrante y antiguo confederado, es también un fracasado. Un romántico desclasado. Combina una doble condición de maneras distinguidas y elitistas pero decadente y malogrado. Pertenece al bando de los vencidos en la guerra y vive como jugador pese a que conserva sus ademanes aristocráticos.

He visto a un ángel—. Tú no lo entenderías amigo, nunca has visto a un ángel—, dice a uno de sus anónimos compañeros de timba cuando ve pasar por la calle a Lucy Mallory.

   Ringo también es un desclasado, pero pertenece al bando de los ganadores. Si sobrevive tendrá futuro, un rancho,  una mujer y sus numerosos hijos. La ley está de su parte. El alguacil (George Bancroft) dice cumplir la ley, pero prefiere la justicia. Quiere meter preso a Ringo para protegerle. Para ello la diligencia debe seguir adelante, pese a los peligros que acechan el camino y pese a las protestas del mayoral de la diligencia, Buck (Andy Devine), bobo, honrado y eficaz. Para compensar, también viaja un médico borrachuzo y librepensador, el doctor (Doc) Boone (Thomas Mitchell).

 Doc. ¿No tengo derecho a vivir? ¿Qué he hecho yo?— Pregunta Dallas. —Somos víctimas de un morbo infecto llamado prejuicios sociales, muchacha. Las dignas señoras de la La liga de la ley y el orden están limpiando de escoria la ciudad. Vamos. Debes mostrarte ufana de ser escoria como yo—.

   Doc es vividor, divertido, alcohólico, anarquista a su modo y fatalista. —En algún sitio habrá una mala bala o una buena botella esperando a Doc Boone—. Lubrica su ansia insaciable de whisky un personajillo irrelevante con aspecto de reverendo y al que nadie acierta a decir bien su nombre, al que irónicamente se le asigna la función de comerciante de licores. El señor Peacock es la pasiva y enervante presencia de los ciudadanos de orden, capaces de tragar con todo.

Fuera de la diligencia, los nativos son paradójicamente los extranjeros, los otros. Gritan, chillan, atacan. Por suerte podemos contar contra ellos con nuestra propia valentía y  nuestros muchachos, que acudirán a tiempo al toque de corneta. ¿Siempre llegaran a tiempo? ¿Y si un día les da por atacar la diligencia? ¿Corrupción en el Séptimo de Caballería? Gordo, tómate un valium y vete a la cama.




El humor está aquí, en alguna parte
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4 comentarios:

  1. Olvidó al resto, los que somos la escoria, y según "ellos" debemos sentirnos ufanos de serlo,(¿?) como diría Doc.
    Magnifico articulo, esta claro que las películas encierran más de lo que creemos, suerte que hay quien lo interpreta.

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  2. A día de hoy sería: Blesa, una de Femen, mujer de ministro del PPSOE, César Vidal, Garzón y un nuevo emprendedor con suerte. Todos ellos perseguidos a muerte por los parados. La indignación e injusticia se llevan por delante a inocentes junto con los causantes cuando los de "arriba" no ponen remedio. ¿Y quién es el que muere en la peli? Pues eso.

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  3. Nunca había contemplado esta película desde este punto de vista. Qué original, y jocoso...He pasado un rato divertido, igual que con el post anterior. Gracias.

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  4. Gracias pilarrubio y a los demás por vuestros comentarios.

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