27 junio 2014

Falsos viajes: en la fiesta de los jóvenes monárquicos

  ¿Recuerdan la canción de Mecano llamada (salvo que Wikipedia o los listillos me corrijan) "en tu fiesta me colé"? Yo me he colado en casi todas las fiestas a las que he ido porque tengo el dudoso honor de no ser invitado a prácticamente ninguna, incluyendo la de mi Primera Comunión y la de mi Primera Excomunión. De todas formas, siguiendo con la música de los ochenta, como dirían los de Gabinete Caligari, colarme en las fiestas, además de ceder el asiento en el autobús, es para mi una virtual aptitud.

  Lo de los jóvenes monárquicos es una obsesión desde los ya lejanos años noventa. Hice la preinscripción para el viaje que hizo este colectivo marginal a Bután. Al final tuve que alegar otro compromiso en Miami, Panamá, Islas del Canal y en el Canal de La Mancha para no acudir, pretexto que enmascaraba una vergonzosa falta de recursos pecuniarios para sufragar no ya el viaje, sino cualquiera de los desayunos del mismo. 

  Incapaz de permanecer sin desayunar durante un mes, tuve que renunciar a la excursión y hacerme adicto al chocolate con leche y avellanas. Debo añadir, por si no lo saben, que en ese viaje se conocieron la Infanta Elena y Marichalar. Teniendo en cuenta mis gustos, mi sex appeal y la innegable rareza que comparto con el aristócrata, no descarto que de haber estado presente en Bután, la historia de España y de mi fondo de armario hubiera sido bien distinta.

  Por eso colarme en la fiesta de jóvenes monárquicos que celebraban el nuevo reinado de Felipe Algo, era para mí "lo más". La consagración de mi carrera de intrusismo en pos de canapés rancios, cava barato y gambas frías. Me enteré de la fiesta a través de la web "todoborbones.com". Allí aparecía todo lo necesario. Día, hora y lugar. Rogaban etiqueta completa para los hombres y para las mujeres vestido largo. Una empresa de prestigio en el mundo del champán organizaba el evento, con lo cual podría resarcirme de tanto vino espumoso almizclado.

  ¿Pero hasta qué edad se es joven monárquico? Si fueran agricultores, ganaderos, abogados o propietarios de una comunidad en la costa, mis 44 años parecerían infantiles, pero ¿cómo saber que era joven para un monárquico? Nada se escribió de los cobardes, así que ni corto ni perezoso me alquilé un esmoquin, me puse una pajarita de pega y me fui al prestigioso hotel donde se celebraba el evento. Con esta facha no podía coger el metro. Aparqué el fiat a tres manzanas (¿o eran cuadras?) del lugar del evento.

  La puerta estaba flaqueada por dos ujieres vestidos como lacayos del siglo XIX. Balbuceé unas palabras y sentí que mis intentos por entrar en la exclusiva fiesta iban a fracasar. Sin embargo los criados disponían de tecnología del siglo XXI en forma de smartphone a la que no quitaron ojo. De modo que entré sin problemas como lo hubiera podido hacer el mismísimo De Juana Chaos, incluso con pasamontañas puesto.

  Una vez dentro, ¿cómo describir, oh lector, lo que vieron mis ojos? ¿Cómo no sentirse arrobado por esa exhibición de lujo, gomina y sonrisas blancas? No era el lujo lo que deslumbraba. Era la extraordinaria concentración de pijos por metro cuadrado. No sé por qué, pero me dio por pensar en aquella película tan emotiva, "Gorilas en la Niebla". Sin duda, la naturalista Dian Fossey debió sentirse tan fascinada como yo ante la presencia abundante y salvaje de tan raras especies, viviendo a su antojo en su hábitat a menudo cerrado para el resto de los humanos. ¿Acabaría yo como ella? ¿Atacado por furtivos seguratas o por algún macho alfa de la manada? Precaución.

  Entre su especie se reconocen. Puedes fingir su acento y repartir "oseas" pero ellos se ríen de forma diferente, caminan de modo distinto. Por tanto lo esencial era camuflarse en un corrillo, no reír, no caminar y en caso de peligro dar vivas al Rey y a España. Me acerqué al corrillo más nutrido. Todos estaban escuchando al único tipo sin esmoquin de la fiesta. Eso sí, llevaba corbata negra estudiadamente descuidada. Le miré con atención. ¡Era Pablo Iglesias, alias "El Coleta"!

  Estaba dando una charla sobre la justicia social y la casta. Algunos se reían, (ellos), alguno le atacaba y recibía rápidamente un zarpazo moral más arriba de las rodillas más abajo del plexo solar.

—¿Cuántos títulos nobiliarios tienes, Iglesias?
—¿Y tú cuántas matrículas de honor?

  En cambio las jóvenes monárquicas, tan rubias, con muñecas y tobillos tan delicados, labios tan perfilados y sonrisa tan blanca, parecían encantadas. ¿Qué hacía Pablo Iglesias en una fiesta de jóvenes monárquicos? 

—Voy al servicio. Ahora vengo—. Los jóvenes monárquicos dijeron ¡ja! Las jóvenes monárquicas dijeron ¡ay!

  El líder de Podemos galopó hacia los baños y yo fui detrás, como perro tras pastor. El servicio estaba tan limpio y era tan bonito que hasta la virgen María estaría orgullosa de descargar allí, como hubiera dicho el sargento Hartmann. Me puse a su lado. Era un tipo tan seguro de si mismo, que hasta la micción parecía un asunto de Estado. Sin más preámbulo le pregunté qué hacía allí, con la casta de las castas.

—¿Cuántas matrículas de honor tienes? ¿Cuántos doctorados? ¿En cuántas universidades has impartido clases? ¿Cuántos artículos científicos publicados?
—Ninguna, ninguno, en ninguna y cero, pero ¿qué haces tú aquí?

  Subiéndose la bragueta de Alcampo que le quedaba tan bien como una de Roberto Verino, la zarza ardiente dijo:

—Voy donde se me invita. No tengo miedo de explicar mis propuestas y debatir, sean jóvenes monárquicos o maduritos sin recursos como tú.
—¿Cómo me has descubierto?
—Ningún joven monárquico se pondría una pajarita falsa, ni un esmoquin con zapatos marrones. ¿Sabes qué es peor que ser de la casta? Ser un descastado. Debes de ser un bloguero socialista, o aún peor, un redactor de El País. Te diré, listillo, sin ánimo de ofender, que tengo permiso de las bases para estar aquí. Cada gin tonic bebido, cada canapé consumido, lo será con el conocimiento y permiso de las bases. Si no es refrendado, los vomitaré en la próxima asamblea.
—Puede que sí, le dije al líder de Podemos.

 Ningún joven monárquico me tomó por monárquico, ni por joven. Pero como me vieron inofensivo y el bar estaba bien surtido, se abstuvieron de tomar medidas de fuerza. Mientras deambulaba por los áureos pasillos reflexioné: ¿pueden llegar a ser los jóvenes monárquicos algún día de Podemos o los de Podemos podrán ser monárquicos cuando ya no puedan volver a ser jóvenes y se les invite a abrir ostras al lado de Letizia-con-Z?


Los caminos de la República son inescrutables, me dije. 

Mientras, hay que reconocer que el champán era muy bueno y la música no estaba mal.



El humor está aquí, en alguna parte
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7 comentarios:

  1. que miedo teneis!!! como sigais asi no va a quedar papel higienico en españa... no porque podemos haya ganado las elecciones (que las ganara (las generales, claro)) sino por vuestra diarrea cronica a sabiendas de que se os acaba el chollo

    jajaja sois como una mosca en una telaraña, histericamente tratando de escapar... y mas atrapada a cada movimiento pateticopenoso

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  2. Gracias por tu comentario Henry. Pero con todos los respetos me temo que lo has entendido al revés.

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  3. Hay gente que no entiende el sarcasmo ... ¡muy bueno, madurito descastado!

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  4. Muy bueno jaja, como el resto del blog. Un saludo de un recién llegado al mismo y tercera república Española ya!

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    Respuestas
    1. Muchas gracias. Siendo España un país peculiar no descarto llegar a la IV República sin pasar por la III.

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  5. O incluso a la República Nº 5, por aquello de darle caché como al perfume, o de facilitar la rima jeje. Un saludo y ánimo para que sigas con el espléndido trabajo que haces. Es un alivio constatar que en España todavía no han conseguido ahogar humor e inteligencia con tanto grito como profieren algunos

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